martes, 10 de marzo de 2009

Jaguar

Lo primero fue la palabra…
Ella conoció sólo una parte de su significante mucho después de que la hubiera escuchado. Se incorporó en ella y la imagen tomó fuerza. La fantasía desbocada como un caballo la llevaba a explorarla. Por primera vez se mojaban sus manos entre sus ingles. Y descubría que siendo tan niña, a penas unos seis años, podía recrearse.
Así comenzó, con la palabra, luego la imagen, después la fantasía.
Una noche contestó al teléfono y del otro lado una voz grave se convirtió en lo que habían sido sus manos hasta entonces. La voz de un extraño. Un señor que le pedía entrar en sí misma pensando en él.
Otra noche aunque pudo ser la misma, porque todas las noches tienen ese factor común desde aquella primera noche. En la habitación de su tía abrió los ojos cuando otro jugaba con las manos por debajo del camisón. Sus manos que se habían convertido en la voz del extraño ahora se convertían en las manos de este otro. Y ella tenía nueve años. Y pensaba que aquellas manos eran suyas… y no se pudo mover.
La noche como años siguió su curso. Ella después tomó la mano de otro, que además amaba. La tomaba y la internaba pero no solo en su cuerpo. Aprendió que era cuestión de rasgar con las uñas el corazón, bien adentrito para que se quede grabado como el maguey de los enamorados.
Cuando ya no hubo más que desgarrar, volvió a la noche de extraños, y era ahora ella la que tomaba sus manos y las clavaba en las hendiduras. Creyéndose fuerte, inquebrantable y ramera. Porque mientras más vil se pronunciaba, más segura se sentía. Tan vil como cuando mojó por primera vez sus manos en la voz de aquel extraño. La noche se hizo más noche cuando no contenta con su flagelación, expuso en verso la palabra. Y otro que se tomaba el papel de guarro se posaba con el miembro en su espalda. Las manos de la mujer no alcanzaban la fuerza y entendió que flojita y cooperando es lo que había hecho hasta entonces. Y hasta entonces salió su violenta. Se sacudió, se transformó, se volcó con ira y humillada, le gritó y fue eso lo que le permitió salir completa. Eso y el “golpe” de suerte que muchas otras no tienen. El guarro no pudo internarse.
Lo primero fue la palabra. Ella tenía quizás unos 6 años cuando la descubrió… latente para ser explorada. Quería pasar la tarde subiendo árboles y aventando bolas de tierra en el parque. Después, al despedirse, él la besaría en la mejilla y esa escena colocó sus manos entre las ingles. Pensaba que sería un niño y escuchó la voz de un señor. Creía que eran sus manos y el miedo se volvió el locutor de sus besos. Quería que fuera amor pero lo convertía en un monólogo. Intentó sacudirse el verso del ultrajado pero tuvo que violentarse para descubrir que todo había sido el resultado de no saber.
La violencia es hija del ignorante, que le permite inculparse en los ojos de los otros. Pero cuando tenía nueve años, ella cerró los ojos porque la palabra abarcaba más de lo que podía ver. Su perdón ha sido la sabiduría. Y en su paso ahora habita la palabra con la que todo comenzó… El amor.

Rebe

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